Los siete titanes culteranos: aproximación a la disidencia del espacio poético (?)

Author: José Miguel Lecumberri /

1. El laberinto sonoro
“... Por eso también los libros
sagrados están escritos en lenguaje ritmado, lo cual, como se ve, hace de ellos otra
cosa que los simples “poemas” en el sentido puramente profano del término que quiere
ver el prejuicio antitradicional de los “críticos” modernos; y, por lo demás, la poesía no
era originariamente esa vana “literatura” en que se ha convertido por una degradación
cuya explicación ha de buscarse en la marcha descendente del ciclo humano, y tenía un
verdadero carácter sagrado.”
René Guénon- El Lenguaje de los Pájaros
Como afirmara Gastón Bachellard, el poeta “habla en los umbrales del ser”, ese ser que para Hegel es la Nada: “El hombre es esta noche, esta Nada vacía…”*, ¿y el poeta?, portavoz quizás, del silencio infranqueable “es la noche del mundo que se presenta ante nosotros”*
En este contexto, Ernesto Fernando Iancilevich, al hablar de los cinco niveles ontológicos de la poesía, inicia preguntándose, no sin cierto recelo: ¿Qué es poesía?, como parte del mundo fenoménico Iancilevich la hurga, encontrándole cinco principios de ser en sí:
Así, la poesía, en su aspecto fenoménico, aparece en cuatro niveles ontológicos: 1) lingüístico (acontece en la lengua), 2) literario (se ubica como género en la literatura), 3) histórico (se sitúa en la historia de la literatura), 4) crítico (interroga su propio hacer). Por cierto que el cuarto estadio no excluye los tres precedentes, sino que los conserva y proyecta, al modo de interrogación provisional, en su ir hacia la visión.

[…]El quinto grado ontológico de la poesía es el metafísico; allí acaece cognoscitivamente en la visión.1 Como representación en el mundo, la poesía es ante todo la revelación de la paradoja de identidad entre el ser y la nada. Con base en lo anterior, resulta indispensable que, antes de ahondar en el análisis de Espacio en Disidencia, aclaremos estas dos cuestiones principales: ¿Qué es poesía? Y, por consiguiente: ¿Es poesía aquello que los siete titanes han publicado?

De todo el universo teórico, que intenta desde varias perspectivas brindar una concepción adecuada de la poesía, para efectos de este breve ensayo, tomaré la senda, como ya se podía adivinar desde sus primeras letras, de la poesía como fenómeno cultural, como un movimiento del espíritu humano que se manifiesta y revela a los sentidos en la forma sublime de la melodía y la armonía, y no tanto como ese mero ejercicio de lirismo arbitrario, al que nos han acostumbrado, a una especie de parodia poética, que circula indiscriminadamente en las esferas oficiales de la cultura. Antes de dar un concepto de poesía, quiero referirme a la advertencia que José Lezama Lima escribió en su diario, en el sentido de la inaccesibilidad de la poesía como conceptualización meramente racionalizada, y los peligros de intentarlo:

Cuidado con la filología [...] Pudiera pensarse que el objeto último
de la filología es el intento diabólico y perezoso de definir la poesía.
Hay en esa ciencia la obstinación diabólica de querer hundir un alma.2 Sin perjuicio de lo anterior, y en el entendido de que este no es un trabajo de investigación sino un ensayo, es importante dar cierta luz sobre el criterio específico a usarse para dar mi concepto de poesía, por ello recurro a la definición que en su deslumbrante y breve texto El parásito de los poetas, Emil Cioran nos brinda sobre el poeta:

En esto reconozco a un verdadero poeta: frecuentándole, viviendo largo tiempo en la intimidad de su obra, algo se modifica en mí: no tanto mis inclinaciones o mis gustos como mi propia sangre, como si una dolencia sutil se hubiera introducido en ella para alterar su curso, su espesor, su calidad. Valéry o Stefan George nos dejan allí donde les abordamos, o nos vuelven más exigentes en el plano formal del espíritu: son genios de los que no sentimos necesidad, solo son artistas. Pero un Shelley, pero un Baudelaire, pero un Rilke intervienen en lo más profundo de nuestro organismo, que se los apropia como lo haría con su vicio. En su proximidad, un cuerpo se fortifica, y luego se ablanda y se desagrega. Pues el poeta es un agente de destrucción, un virus, una enfermedad disfrazada y el peligro más grave, aunque maravillosamente impreciso, para nuestros glóbulos rojos. ¿Vivir en su territorio? Es sentir adelgazarce la sangre, es soñar un paraíso de la anemia, y oír, en las venas, el fluir de las lágrimas...3

Un poeta, alguien que hace poesía, es pues ante todo un “agente de destrucción”, luego entonces se infiere que, al menos para el pensador rumano, la poesía es destrucción, ¿pero qué clase de destrucción sería esa? La poesía es tal vez como esa “noche oscura del alma” que los místicos describían de la siguiente manera:

En esta noche oscura comienzan a entrar las almas cuando Dios las va sacando de estado de principiantes, que es de los que meditan en el camino espiritual, y las comienza a poner en el de los aprovechantes, que es ya el de los contemplativos, para que, pasando por aquí, lleguen al estado de los perfectos, que es el de la divina unión del alma con Dios.4

Tal vez y como sugirió Pablo Picasso, en clara referencia a las antiguas tradiciones orientales: “todo acto de creación es en primer lugar un acto de destrucción”, la poesía destruye y, a diferencia del arte, la poesía interviene no sólo en el sentimiento, en la formalidad del espíritu, sino que conmociona los cimientos de su existencia y conduce, con la ternura de una madre enloquecida por su propia belleza, a un estado de videncia, que sólo es posible lograr por medio de las palabras como materia prima de la conciencia, esa misma que el demiurgo trabajó a partir del barro primigenio, la palabra es pues fuente, emanación de luz que se proyecta en el instante y conduce a la eternidad por las venas putrefactas del tiempo, la poesía es la imagen de aquello que sólo es posible para el hombre, aprendiz de divinidad.

Tal y como Rimbaud la concebía, la poesía es ese “largo, inmenso y sistemático desarreglo de todos los sentidos”, donde el espejo queda inmaculado, para siempre puro, libre de reflejos donde el ser y la nada se identifican en toda su plenitud.

Aquí, se aprecia un complejo juego de forma y fondo, de estructura y contenido en el cual la poesía se va desarrollando. La poesía es un camino fuera del espacio y del tiempo, una primera referencia de la desintegración del cosmos, ejercicio de contemplación que nos conduce a un irrefrenable asombro de la Nada, a una inactividad y a una falta de potencia vital por virtud de la cual, se llega al “Misterio de todos los misterios/Llave de toda mudanza”5

La poesía es de los pocos objetos sagrados que aún perduran, a través de ella, las eras imaginarias quedan testificadas, grabadas para siempre en música y silencio, en un laberinto eterno de diáfanos simbolismos.

2. Los ídolos de cobre sobre el río
“Porque me ven la barba y el pelo y la alta pipa dicen que soy poeta..., cuando no porque iluso suelo rimar –en verso de contorno difuso- mi viaje byroniano por las vegas del Zipa...,”
León de Greiff

Tras aceptar el encargo que me fue conferido, respecto a la elaboración de un ensayo crítico sobre una antología de siete poetas mexicanos de mi generación, titulada Espacios en Disidencia, una incierta emoción me afectó profundamente. Me había colocado en una posición de dilema doble, por un lado la inevitable vanidad y el escepticismo receloso que la enmascara, como a una rosa, por otro lado, la rasgadura del velo, es decir, el deber de limpiar la vista por la “fuerza del conocimiento” como diría Nietzsche y así, a la manera de un cabalista medieval hacer guematria, sopesando cada adjetivo al medir las redes rítmicas y diseccionar sintagmas hasta conseguir el núcleo lleno de vida, que es la verdad poética.

De esta forma, la misma noche en que recibí el texto aludido coeditado por Editorial Praxis y Ediciones Velamen, comencé a darle una primera lectura de aproximación. Para grata sorpresa de mi ego, desde los primeros versos que leí comencé, poseído por una tristeza de asbesto, impermeable al aciago fuego, a notar la pobreza del lenguaje, lo tropezado del ritmo y la falta, por no decir ausencia, de contenido en los poemas. Me tope, con patéticas plegarias de ateos.

Pese a que más adelante en este trabajo, describiré el análisis efectuado a los poemas, puedo adelantar, a manera de ejemplo y a la vez fundamento de estas tan abruptas aseveraciones, lo siguiente:

“Confundido, iluminado
Descendiendo del tiempo
Como alguien que se hunde en la marea
Al fin soy
Al fin descanso
Al fin me tengo
Al fin me entiendo
Al fin suspiro con un beso
Ya muy lejos de mi cuerpo.”
Leopoldo Lezama. “Canto Metafísico”
Ejemplos como el anterior abundan en la antología. Dulcemente agraciados con las más altas cualidades de los poetastros oficialeros: excesivo uso y abuso de los gerundios, arritmia, lugar común recurrente hasta el asco, divismo, cursilería posromántica y una generosa ración de mensajes obtusos y vacíos. Cito:

“La vida ha sido amar con el amor de los ciegos. Escribo en el silencio. Miro la lluvia que nunca pasa, en la ventana. Mi padre no se pudo ir a la guerrilla porque tenía el pie plano…”
Rafael Mondragón. Cuarto Fragmento.

Pirotecnia literaria, verborragia que no llega siquiera a ser infecciosa, sino simple y llanamente sosa, fragmentos tan reveladores y hermosos como aquel canto escolar que dice: Juanito tiene una pelota redonda.
Una consecución de ripios sonoros, que en lugar de musicalidad, provocan cierto extrañamiento de la razón que confundida, deriva casi irremediablemente en la desidia, y al fin, en el desentendimiento de la obra. Por ello, es imperativo cuestionar no sólo al autor y a la obra, sino también a quienes tenemos la desgracia de pasar nuestros ojos por sus páginas. ¿En dónde se ubican estos siete titanes con sus voces desplomadas del Olimpo? ¿En qué espacio ontológico anidan estas lívidas urracas con pretensiones de cuervo?

Para Leopoldo María Panero, quien a pesar de estar recluido en una institución de “salud mental”, parece ser la potencia poética más lúcida de estos días, el poema es “el dios más siniestro que existe”6, en este sentido, este dios extranjero, peligroso, matemático e indiferente que uno execra del alma como prueba de una existencia que se presupone vacía, como un cadáver anticipándose a la propia muerte, presupone un cierto desequilibrio, una debilidad enfermiza por la autodestrucción, cuando no un divismo, una exagerada megalomanía, la cual sólo puede producir composiciones tan lamentables como la que a continuación cito:

“Una flor, fingiendo
Se jacta desde el aire:
La mariposa”
Luis Téllez. “Una Flor, Fingiendo…”
Respecto a este poema de Luis Téllez, se puede decir por ejemplo, que es un vergonzoso intento de imitar la poesía japonesa, con una pretendida profundidad que a fin de cuentas se evidencia más bien como una estructura vacía, pétalos sin flor, pues no sólo se limita a ser poco original, sino que más aún, se convierte en menos que el polvo de la sombra de piezas tan maravillosas, como la que a continuación me permito citar:
“¿Una flor caída
volviendo a la rama?
Era una mariposa.”
Îo Sógui
Ciertamente la culpa no es del todo de quienes publican estos textos, sino de aquellos que, jactándose de su calidad de académicos o eruditos, les permiten publicar textos que debieran de ser sólo ejercicios personales para el perfeccionamiento del oficio. Lo anterior, es aún más grave en tanto que siendo conocedores de las letras hermosas, patrocinaran la publicación de estos ensayos, como si fuesen la labor de poetas con oficio, seguramente sus intenciones para con estos jóvenes poetas, no han de ser cien por ciento literarias, de otra forma ¿porqué bautizarían con su hedionda saliva negra a este infortunio literario? Parafraseando a Edgar Allan Poe: sólo vale la pena escribir cosas nuevas, o escribir de cosas viejas de nuevas formas.

Ahora bien, analizaremos algunos de los textos de esta antología, a la luz del método de las Redes Rítmicas, el cual pretende desenterrar el núcleo del poema, es decir el paradigma que contiene lo que realmente el autor quiere decir, a través de la detección del ritmo y las palabras acentuadas, ubicando los acentos de calidad en cada verso. Asimismo, también muestra la técnica de composición, la armonía y la melodía, las rimas y, en este caso, por tratarse de versos blancos, el metro, que da la cadencia a los poemas:
I.- “(9/11)” de Iván Cruz:
1Con / qué / cer / te / za 5 A: 2, 4
2Nos / en / ca / mi / na / ban / al / ma / ta / de / ro, 11 A: 1, 5, 10
3Con / qué ab / ye / cta / pa /cien / cia 7 A: 2,6
4Con / su / mie / ron / ge / ne / ra / cion / es 9 A: 3, 8
5Y o / ri / na / ron / a / nues / tros / muer / tos. 9 A: 3, 8
6Hoy, / la a / bun / dan / cia / de / sus / cer / te / zas, 10 A: 1, 4, 9
7La ab / yec / ta / pa / cien / cia / de / sus / le / gio / nes 11 A: 2, 5, 10
8Se / mi / de en / el / rau / dal / de / sus / es /com / bros. 11 A: 2, 6. 10
II.- “Los Gatos” de René Morales:
1Por / que / soy / lib / re 5 A: 3, 4
2Te in / vi / to a / co / rrer / a / los / te / ja / dos 10 A: 2, 9
3A / co / mer / tór / to / las, / a / ver / quien / se a / ho / ga / pri / me / ro / con / las
[17 A: 3, 4, 8, 9, 11, 14
4plu / mas / en / la / gar / gan / ta 7 A: 1, 6
5Te in / vi / to a / la / mer / nos / los / lo / mos 8 A: 2, 5, 8
6A ha / cer / el / a /mor / con / do /lor, / co / mo / lo ha / cen / los / ga / to
[15 A: 2, 5, 8, 11, 14
7A / mau / llar / has / ta / que / se / nos / re /vien / te / la / gar / gan / ta 15 A: 3, 10, 14
III.- “5” de Luis Paniagua:
1El / dí / a 3 A: 2
2Vis / te / la / tran / qui / li / dad 7+1 A: 1, 7
3Co / mo un / a / bri / go 5 A: 2. 4
4Al / am / pa / ro / del / cual 6 A: 3, 5
5Llo / viz / na 3 A: 2
6Y / nos / sal / pi / ca 5 A: 4
7(co / mo / con / tra un / mu / ro) 6 A: 5
8la / de / ses / pe / ran / za. 6 A: 5
IV.- “1” de Alberto Trejo:
1De / be / ser / la / ven / ta / na a / bier / ta, 9 A: 1, 3, 6, 8
2son / ri / sa / del / ár / bol / que / se hi / zo / pri / ma / ve / ra; 13 A: 2, 5, 8, 12
3o es / ta / sen / sa / ción / de / noc / tur / na / car / ne, 11 A: 1, 5, 8, 10
4o el / sa / bor / a / dis / tan / cia / de / los / o / jos / que / re /cuer / dan,
[15 A: 3, 6, 10, 14
5o la / len / ta a / go / ní / a / de u / na i / ma / gen 10 A: 2, 5, 9
6que / no / ter / mi / na / de / mo / rir 8+1 A: 4, 8
7lo / que / vie / ne 4 A: 3
8to /dos / los / dí / as 5 A: 1, 4
9al / ca / fé / de / las / ma / ña / nas. 8 A: 3,7
Como se dice popularmente “al buen conocedor, pocas palabras”, los textos número I, II y II ni siquiera pueden considerarse poesía, son prosas a renglón cortado, no existe la más mínima noción del verso libre, ni por asomo se les puede dar una lectura rítmica, los acentos están acomodados de formas tan arbitrarias que los “versos” carecen de toda musicalidad. No vale la pena siquiera que profundicemos en el estudio de estos deplorables pasajes.

Por lo que hace al texto número IV, es evidente que Alberto Trejo asistió siquiera a alguna de sus clases, ya que el suyo, es un poema que cumple los criterios del verso libre, aunque ciertamente en los tres últimos versos, el ritmo se cae por completo.

Por lo que hace al estudio de fondo de este poema, llama la atención de forma especial el tema, cliché de la melancolía, aquella carne nocturna, aquellos ojos recordados, la imagen que aún entra por la ventana abierta, el medio morir y la rutina previsible del café. Con una sobrada ingenuidad simbolista, el fondo de este poema lo podemos encontrar en un sin fin de cantos populares. Extraña forma esta de hacer “poesía culta”, componiendo una cursi balada estilo Ricardo Arjona, disfrazando todos sus lugares comunes con versos de arte mayor. Alberto, no te confundas, lo tuyo son los octosílabos trovescos.

3. La antipoesía como un fracaso del espíritu
“¡Ah, preocupaciones de los hombre!
¡Ah, qué gran vaciedad hay en las cosas!
‘¿Quién leerá esto?’ ¿A mi me dices tu eso? Nadie, por Hércules.
‘¿Nadie?’ O dos, o nadie. ‘¡Vergonzoso y compasible!’ ¿Por qué?...”
Aulo Persio Flaco
"Cállate o di algo mejor que el silencio."
Pitágoras de Samos
¡Vaya profanación!, la de estos titanes. Momificando en el lugar común, el cuerpo ya tantas veces resucitado de la inspiración. De vez en cuando es saludable comer carroña y vomitar plumas de pavo real, según la más pulcra exégesis sobre la poética de Carnero. Quienes realmente nos dedicamos al oficio de unir y desunir palabras, de modificar la esencia escondida con las diferentes posturas del nombre permanente, sabemos que la fama no la merece nadie, y que la Historia, ese Leviatán afeminado, conoce a quienes “están hechos para el látigo” como diría Baudelaire al desnudar su corazón, y golpeará, no por justicia sino por capricho.

La poesía no es recomendable para quien busca la gloria, la fama o riquezas, pues es el viaje de uno con su propio cadáver a cuestas, la poesía debe revelar el no-ser como única verdad posible, como aquello hacia lo que todo ser tiende y en lo que el universo entero acabará, la poesía es un Nirvana terrorífico, porque es posible llegar a ella en cualquier estado mental, ese es su peligro, una receta infalible para el insomnio perfecto.

En este espacio yo sólo veo una disidencia, sin excepción, los siete autores renuncian a la poesía y se adhieren a aquel ya caduco movimiento de antipoesía que ciertamente hoy es por demás anodino. La matemática precisa a la que responden el ritmo, el metro y la sintaxis, aún en el verso libre y en el verso blanco, estos dos últimos que supuestamente son trabajados por los titanes, aunque a veces parecen indecisos sobre este punto al grado de perder en ocasiones los estribos y coquetear con la prosa sin un sentido aparente de las proporciones poéticas ni del aliento, ese que provoca la asfixia, en última instancia, la música del poema. Así, la ausencia de esta labor de medidas y cuentas de las sílabas y los versos, de fonemas y de acentos, parece no alterar el firme propósito de los titanes de escribir poesía, de colocarse como ídolos adentro del lecho del río y cortar su cauce.

Así, esta poesía culta que pretenden hilvanar los siete titanes en laberínticas ramificaciones, no puede ni siquiera ser considerada parte de esa carga renovadora, de esa verdadera actitud de exploración de los rojas raíces del insomnio intelectual, cuando se cae por falta de talento, o lo que es peor, por falta de dedicación, en tantos ecos de silencios mal ubicados, en tantos derroches de imágenes desarticuladas y naiff, donde el lenguaje poético no es más un ordenamiento de lo enigmático, a la manera de pensar de Borges, sino una simple estructura de perdición, donde quien escribe es el último en disiparse, pues ni siquiera él está presente en su propio engendro.

Espacios en Disidencia, es un ciego testigo más de la ignominiosa actitud de un statu quo que ha encontrado la fórmula de acallar el espíritu revolucionario, regalando puestos y oficinas de mediocre gestión, y ya que si bien es cierto que la burocracia es el purgatorio de los revolucionarios, es un malogrado umbral del infierno, donde el Estado puede y de hecho crea un espacio libre de toda subversión y por tanto desarrollo en el discurso literario actual. Por tal motivo, en Espacios en Disidencia, no encontraremos las nuevas voces de la poesía mexicana, por el contrario, encontramos la decadente letanía del automatismo esteticista por el que se pretende justificar la caducidad del espíritu humano.

Prosas de un poeta menor

Author: José Miguel Lecumberri /

“HORROR VACUI [REFLEXIONES DE UNA INTUICIÓN ENAJENADA]”

Lo único que existe es el futuro. El ser potencialmente puro, el ser que es consumido por la nada, entendida como el lugar donde sólo habita una cosa, la energía del vacío. El futuro muere a manos del aburrimiento, o más bien de la angustia resultante del aburrimiento profundo.
Todo propósito es un imposible, en cuanto logramos aproximar nuestra ilusión a la existencia, esta última inmediatamente se corrompe y extingue. Se ha dicho que Hegel respondió estas cuestiones de forma elegante, nada y ser se identifican, sin embargo la nada es una imposibilidad lógica, solamente eso, el ser, una ilusión.
Para diferenciar dicha ilusión de lo que antes nombré como imposibilidad lógica, recurramos a un sencillo ejemplo, la abundancia de agua en el desierto más árido del mundo, es una imposibilidad lógica, pero por tanto vulnerable en el mundo material, es decir, es posible que de facto haya agua o llueva en dicho lugar, pues la materia no responde al espíritu ni viceversa, hay una dislocación esencial entre ambas formas.
Ahora bien, en cuanto a la ilusión, es claramente posible a nivel lógico que estando yo en el desierto, muriendo de sed, mi mente me engañe con la ilusión del agua, con un espejismo. En resumidas cuentas, lo que yo considero una imposibilidad lógica es pues, una situación, estado o comportamiento del mundo físico que es inconcebible o cuando menos improbable para la lógica humana, en cambio la ilusión, es un movimiento generativo de la mente humana, que se sobrepone en el mundo material como parte del mismo.
Ahora bien, ¿es el ser una ilusión del propio ser, o lo es de algo más? Un cierto tipo de chocolate me provoca dolores de cabeza inimaginablemente atroces, sin embargo, sobrellevo mi penosa existencia, con momentos de temblorosa salud, al igual que para Cioran, para mí, la muerte por mano propia es, sin lugar a dudas, la única justificación de vida. En este sentido, el dolor, único contenido común del espíritu y la materia, único punto de encuentro, es también la pista única, el rastro inmundo y enfermo que nos ha dejado aquel perverso demiurgo platónico, si es que hay tal, y… ¡claro que lo hay!
Hemos sido creados por el absurdo, a partir del caos y su herramienta: el dolor.
¿Para qué tomarnos en serio la existencia? A fin de cuentas, lo único que nos sostiene es el dolor, esa desagradable sensación de desgarradura infinita que se expresa en el sufrimiento, única verdad de la existencia.
No obstante, el sinsentido, como una especie de descendiente macabro del absurdo [redentor idiotizado por las drogas que lo exaltan, por los dioses que lo colman] puede ser la respuesta a nuestra vida, su sentido deforme, el sinsentido es la única finalidad del devenir, así, el hombre es la manifestación material del absurdo, es decir el sinsentido, ese dios encarnado en la putrefacción de nuestros cuerpos, la posmodernidad nos exige estas alegorías, estas parodias del infierno. Así, el hombre, maquina que con su propia conciencia sabotea su ser mecánicamente, automáticamente, ha encontrado en el vacío, o más exactamente en el cadáver de un Dios que se apesta, los indicios de una resurrección aciaga de la moral de occidente. El miedo, sería entonces, la herramienta condenatoria del hombre posmoderno, ¿qué nuevos dioses engendraremos a partir de este renovado artilugio del inconsciente colectivo?
Como fenómeno espiritual, el miedo posmoderno se debe a la angustia que el sufrimiento provoca en la existencia. La angustia es un continuo más o menos uniforme de emociones, sentimientos y estados mentales que alteran la conciencia y mueven el espíritu. El aburrimiento, es precisamente el movimiento del espíritu, la irremediable contemplación del cambio, pues el hombre ante todo, es un ente que contempla su propio devenir con la actitud de un león ciego, intranquilo por las formas desconocidas que se sugieren ante él, y que es incapaz de distinguir.
La existencia, a la que me he referido en los tres párrafos anteriores, es idéntica al espejismo del agua en el desierto, o también podría verse como la carretera por donde el ser se arrastra como un caracol. No hace referencia al futuro. He decidido separar dos existencias, la del futuro, es decir, la única realidad y la existencia como camino del ser.
De ahora en adelante, este breve trabajo sólo hablará de la existencia, en su sentido de realidad, de futuro.
El hombre se siente siempre ajeno, siempre extranjero, ni el espacio ni el tiempo son cobijo suficiente, porque no hay realidades como su espíritu las pretende revelar, no hay sabiduría, sólo hastío, no hay tragedia, solo un sinsentido llano, irremediable.
Así, Dios es todos los absurdos y ni uno a la vez, por eso la mayoría de las religiones del mundo lo relegan al futuro, a la existencia [¿somos sueños de aquel que no despertará nunca? ¿somos su insomnio dormido?].
También por eso, los antiguos budistas se referían al Nirvana como un espejo puro, sin reflejos, porque sería un espejo del futuro, de la existencia, que no siendo por sí mismo estuviese contemplando, atesorando la existencia en un estado de perpetuo e inmutable asombro. En este sentido, la contemplación es la única forma de ser a nuestro alcance, y la contemplación pura sería el único contacto posible con la existencia, más aún, con la esencia desde la apariencia.

LA LUZ QUE EL OTOÑO ADOPTA: BREVE APROXIMACIÓN
A LA OBRA DE HUGO GARDUÑO


“La imagen literaria debe ser ingenua.
Tiene, de este modo, la gloria de ser efímera,
piscológicamente efímera.
Renueva el lenguaje embelleciéndolo.”
Gaston Bachelard

Luz Parda de Hugo Garduño, ha sido un material que gratamente me sorprendió al leerlo y aún más al analizarlo. Un conjunto de poemas, casi todos de arte mayor, que aún ahora no sé si pertenecen a un mismo libro.
Tal vez Luz Parda sea el resultado de una antología personalísima, a través de la cual, el poeta pretende reconocerse en las siluetas de un mundo, que si bien le ha sido accesible por virtud, tal vez, de misteriosas revelaciones, no obstante le es sensiblemente inaccesible, un poco a la manera de Artaud, quien dice “Cuando escribo sólo existe lo que escribo”, como por una suerte de imposibilidades metafísicas, llegando al poema, la pieza extraviada de un rompecabezas siempre inconcluso, la propia existencia, el devenir de un esteticismo que no alcanza a hacer realidad aquello que Keats afirmara “la Belleza es lo verdadero”, a traves de una sería de elementos lingüísticos, como Borges escribiera sobre Nietzsche: “una sintaxis de aficiones arcaicas y un vocabulario neológico, la máxima energía y la máxima vaguedad, la inextricable ambigüedad del sentido y la pompa de la dicción.”1
Lo anterior justifica, en cierto modo, aquello que el autor nos revela al principio de uno de sus poemas “Así, como me siento tomo los objetos…”, más adelante, en el mismo poema y tomando la postura del enfant terrible nos advierte: “Muy de noche me he bebido en despilfarro mi sangre.”, el poeta hurga en la entraña de antiguos misterios, buscando una especie de doctrina renovadora, una gnosis para tiempos decadentes, la luz hace daño, es preciso oscurecerla un poco: “La llama no es eterna,/sólo dura el tiempo que quema.”
Es entonces cuando el poeta recita sortilegios, monólogos que a manera de sentencias hilvanadas por una musicalidad muchas veces virtuosa, aunque he de decirlo, algunas otras tropezada por el abuso de la rima asonante, alcanza la dicción de antiguos arcanos perdidos en las comisuras del inconsciente colectivo.
Retomando el tema de la estructura del poemario, que mencioné al inicio de mi disertación sobre Luz Parda, es precisamente aquí, en la musicalidad de los poemas que Garduño reúne, donde se denota la extrañeza, en una especie de síncopa que pareciera arrastrar un silencio perpetuo y no obstante, temeroso.
Así, el poeta se sabe extraviado, una especie de Lázaro revivido, medio putrefacto, uncido por una divinidad maldita. Oscuramente llega a la iluminada conclusión de que: “…Mirar en las tinieblas/y buscarlos cuando pasan. Así me he hallado muerto/en un pliegue sucio. Mirándome con la constancia,/de haber acabado ahora.”, más adelante, damos cuenta de uno de los versos mejor logrados del libro: “No me haré caber en esa tumba./Vuelve otra vez a arder/orgullosa luz.”, rehusándose así a la mediocridad de esta existencia, como un Sísifo que, subversivo a su condena la purga cantando. Pero sus cantos tampoco encuentran salida en la muerte, porque ya la experimentó, por adelantado.
Garduño concuerda con cierto pesimismo intelectual y categóricamente reconoce la muerte como única existencia real, y ve a la vida como aquel “objeto exterior” del Conde de Lautreamont, un plagio del dolor, única sensación con contenido, el poeta se desangra en cada poema, en cada fragmento de ser que conduce a la nada, en cada rima que hace evidente lo absurdo de este oficio y de cualquier actividad humana, por medio de una especie de escepticismo dogmático: “Porque no me eres posible bajo la vista”, nos dice Garduño en un tono desconsolado y agrega al final del mismo poema: “El primer humano, aquel que es hermoso/es ese que no lleva carga.”, aquí nuevamente la referencia al absurdo hombre contemporáneo, prisionero de grandes corporaciones, más esclavo que los esclavos de la antigua Grecia, y que sin embrago percibe su tarea ignominiosa como una bendición del utilitarismo, un Sísifo de renovados tedios, en el borde de la desesperación, como aquello que escribe Camus en su ensayo:
Los dioses habían condenado a Sísifo a empujar sin cesar una roca hasta la cima de una montaña, desde donde la piedra volvería a caer por su propio peso. Habían pensado con algún fundamento que no hay castigo más terrible que el trabajo inútil y sin esperanza.2
En este sentido, Garduño adquiere una nueva actitud hacia este concepto del “hombre absurdo”, “lo inútil siempre se mueve.”, escribe. Un desengaño renovador que de cierta forma, saca al hombre del mecánico desarrollo de sus ideas, mismas que como diría Emil Cioran “ocultan un fondo de nada”, así Garduño decreta: “…trémula crisis/ obsequio de enrarecido oxígeno/duelo de obcecados incapaces…”, recupera la dignidad de un ser que es alimento consuetudinario de sus propias miserias, y lo exalta, lo lleva hacia esa luz inofensiva, otoñal, ahí renueva un vergel paradisíaco, donde el lenguaje es fruto prohibido y a la vez sacramento pues: “..las utopías ahora son desgano”
De esta forma, llegamos irremediablemente de la contemplación a la interrogación ¿Que es esta Luz Parda?: ¿una estrella encadenada?, ¿un semidiós de misterioso aliento?, ¿una palabra con vocación de fuego? Es tal vez, el astro al que se mira directamente, sin intermediarios, la sombra blanca de un demonio que nos ha dejado distinguir lo que a las criaturas les está prohibido poseer.
Garduño reivindica la gesta pormetéica: “Existe un remedio con semblante de luz opaca:/la llegada de otro momento. El que sea.”, se debate entre la rebelión del místico y la reflexión de una santidad profana, de este modo pasa la noche oscura de su alma en la vacuidad del ser del poema, de esos fragmentos de imposibilidad que son método de un abismo conocido, familiar, al cual se contempla desde sus afueras, como a un enemigo, Garduño es precavido con el lenguaje, regatea sílabas con silencios.
Así, Luz Parda, sería entonces una especie de calidoscopio sintáctico, por virtud del cual, los hombre pueden acoger, no sin cierta melancolía a manera de dádiva, esa efímera maravilla que es el arte, el hombre a través del arte, de su fuego creador. El poeta no busca la comunicación por medio de las convenciones del lenguaje, sino a través del as vicisitudes del espíritu humano, como globalidad generadora, como rebelión incesante y hasta cierto punto ingenua del Génesis, una especie de positivismo dialéctico abraza estos poemas, un sentimiento de racionalización de las contradicciones, como esencia misma que el ser comparte con la nada, la luz, se vuelve entonces, instrumento mediador, velo que se rasga para abrir paso a la emanación de absolutos, ideales que desde el mítico principio están presentes en nuestra conciencia, como ángeles guardianes, Luz Parda, hace labor de codificación de mandatos, de vía de comunicación en los umbrales de mundos necesarios por imposibles.



La muerte está servida

El poema es tan solo una rosa más, ensangrentado los cristales rotos de tu mirada, el esqueleto del héroe que se despoja de su armadura y de su muerte, el Caballero Templario que cabalga al sol de medianoche:”y de su armadura se desprende el sueño de los hombres…” como escribiera Paz.
Hay cierto temor en estos poemas, y eso lo he pensado mientras los leía, apagando rencorosamente contra el cenicero, como contra la nada, aquel cigarro que no estaba siquiera encendido y que aquella noche, durante la silenciosa y profunda lectura de “..letras vencidas, cartas marcadas.”, de Juan Carlos Abreu había servido mi muerte. ¿Qué lívido temblor oculta la espiral dorada de estos poemas? El vértigo es sin duda su aliento de deseo y de odio, como escribiera Schopenhauer: “a primera vista dos cosas obstaculizan la felicidad: el dolor y el aburrimiento…”, las dos cualidades poéticas más sobresalientes, para Baudelaire fue el spleen, el hastío para los románticos, para Leopardi la existencia, la caducidad traduciendo al aburrimiento en la única constante, en el verdadero rostro infinito del absoluto: “Así a través de esta/ inmensidad se anega el pensamiento mío;/ y naufragar en este mar me es dulce.”, escribe el poeta italiano autor de “Zibaldone de Pensamientos”.
Así pues, Abreu traza sus epístolas desde el hastío y hacia el absoluto, con el verdadero espíritu de lo subversivo, pues su poesía cuestiona la obligación misma de existir:
A quién habrá de emancipar tu estéril lloriqueo,
si plácida la tiranía
duerme el sueño de los justos,
mientras
lames tu herida desgarrada,
correosa piel ya deshebrada;
oyes vítores y orgías,
festines y algazaras;
incapaz para salir del encierro
te lamentas,
ruges te revuelcas,
con el furor de quien quiere morir
altivo y digno,
en pié y al orden.
La nada, encarnada en la figura del desencanto amoroso es para Abreu el receptáculo del universo y a la vez su propia destrucción:
...a voz estrangulada,
me encarno en la costra de la sombra última
en abrazo pétreo,
danza en la tibieza de los gestos;
esa excusa para lo inclemente del desasosiego:
la palabra misma;
el pretexto para el consuelo
y la espera,
la unción de caramelo a la mejilla
o el rastro de sanguina
(centenario dibujo de los párpados);
aún para esta vez, como las otras tantas,
debo sacrificar el oficio manuscrito,
a erratas o descuidos,
víctima del desatino que descansa en los cajones
cementerio de besos extranjeros;
Y con el altanero pietismo de un San Juan indolente, Abreu levanta su puño contra el cielo como también lo hizo Job:
no era necesario
que pacieran por entre el fruncido ceño
las tantas penitencias,
la última de las resurrecciones
en que abandoné mi carne
adherida a un crucifijo;
Como escribiera Leopoldo María Panero de Félix Caballero, Juan Carlos Abreu es un poeta de los que hacen falta en este “parnasillo cirsense” de la literatura mexicana actual. Los poetas mexicanos se dividen en dos: “los burgueses pretenciosos y los mamarrachos abominables”, Abreu no es nada de esto, el es un caballero, amo del oficio de la lágrima a la rosa atada, al secreto más terrible y hermoso. Enemigo acérrimo del lugar común, el poeta Abreu urde en sus propias y sagradas llagas, en el cuerpo momificado de su resurrección, como un Lázaro, haciendo caso omiso de la advertencia de Michaux que dice “es preferible no viajar con un hombre muerto”, Abreu viaja con su propio cadáver a cuestas porque sabe al igual que Girri que “más allá de la verdad está el estilo” y que la poesía no describe la realidad, la organiza, es lo “irreal, lo real sin objetos”, donde el símbolo, la melodía y el silencio penetran confundidos en la carne, la diseccionan y muestran al ser desnudo en imágenes bellamente logradas como aquella que dice:
lo que no puede esconderse del silencio:
es el salitre de una lágrima,
La alegría no es un sentimiento poético, como afirma Cioran, la poesía es un veneno que lentamente intoxica el alma con una melancolía sin artificios, la pose no va con la poesía, el poeta vive en la desgarradura:
[…] lames tu herida desgarrada,
correosa piel ya deshebrada;
oyes vítores y orgías,
festines y algazaras;
incapaz para salir del encierro
te lamentas,
ruges te revuelcas,
con el furor de quien quiere morir
altivo y digno,
en pié y al orden.
El ritmo contundente, marcado por la rima densa y asonante a la vez, como por la batuta exigente de un director de orquesta va hilando en la piel silenciosa de la hoja al poema, cristal herido por su propia transparencia, Abreu hace gala de un lenguaje traslúcido y a la vez cegador como una ola de luz erigiéndose para ocultar la oscuridad del mundo y abalanzarse sobre ella con el erotismo de la víctima que se rinde ante su agresor, Abreu enamora la ausencia de la mujer amada, se rinde y desespera ante su sola posibilidad, como la llama danzante de una vela en el momento exacto de extinguirse en un halo de húmedo vapor:
…heme aquí,
que he sabido hacerme ajeno
a la inquietud y el sobresalto
de compartir un amorío en la penumbra;
pude haber besado inmune,
acaso sin desearlo,
una noche furtiva delatora de caricias,
clandestino desboco.
…heme aquí,
que he marcado los linderos con el prójimo,
he aprendido a reírme del dolor
y a dolerme de alegrías;
nunca supe transitar
del desconsuelo a la esperanza.
Finalmente, la poesía de Abreu, ajena a toda moda o academia impuesta por el parnasillo circense, sumergido en su oficio como un antiguo cabalista en la obsesión del nombre perfecto, del poema perfecto por imposible, ha empeñado su vida y la ha ofrecido como un banquete, como dijera Spinoza “un hombre libre en nada medita más que en la muerte y su meditación no es de muerte sino de vida”, Abreu si ha sabido comprender aquello que Panero recita “hacer de mi cadáver el último poema”.

“LOS HORRORES DEL CORDERO CANIVAL”
El problema de la izquierda no es en absoluto su inconformismo crónico, pues éste es ciertamente su único sentido. Lo que realmente hace decadente e inútil a la izquierda es y ha sido su cobardía, su unanimismo, su falta de carácter para tomar cartas en los asuntos sociales y políticos de desigualdad y abuso, y no sólo esto, sino que la mayoría de los izquierdistas, cuando menos en México, gozan de puestos burocráticos de miseria en los cuales se practican las más bizarras corruptelas de forma consuetudinaria y sin escrúpulos.
De igual manera sucede con las organizaciones de ayuda y beneficencia, todas dan lástima en el mejor de los casos, cuando no están vendidas a la elite gobernante y funcionan como una especie de disfraz para las porquerías del poder del mundo.
Los marginados somos mayoría, y sin lugar a dudas en poco tiempo seremos ganado para consumo de quienes detentan el poder político y económico. Ya no somos explotados, por la sencilla razón de que el trabajo está desapareciendo, ya no somos útiles, seremos exterminados. Seguramente en menos de veinte años, al agotarse los recursos, seremos usados como alimento, como refaccionaria de órganos y tal vez incluso como conejillos de indias para experimentos de todo tipo.
Por eso nos enajenan con circos de la más baja la calidad, no es necesario el esfuerzo, nuestras mentes son débiles, nuestros espíritus se diluyeron en la apatía y se remataron a cambio de espejitos.
Pero la culpa no es en forma alguna de quienes detentan los poderes, el status quo hace su trabajo. La voluntad del poder es en el fondo, una autodestrucción ingenua y cruel.
Somos culpables los marginados, artistas, pensadores y activistas de izquierdas, liberales de pacotilla que no servimos a las causas altas, porque el posmodernismo nos ha adoctrinado en la práctica del vacío y porque nos sentimos cómodos en ese útero invertido, formando parte del rebaño caníbal.
Es cierto que existe un poder mundial por encima de los Estados Sociales de Derecho, como patéticamente se denominan hoy en día, es cierto que el hombre al destruir los recursos naturales se sabotea a sí mismo y, de forma consciente, es esa necedad de extinción la que nos ha traído en primer lugar hasta aquí, occidente es el mundo y la gran manzana que se pudre mientras la devoramos irresponsablemente.
Lo cierto es que no tenemos salvación, que continuaremos, ya ni siquiera como aquel Sísifo oficinista-ejecutivo-yuppi de Camus, sino engordando en corrales, descerebrados, esperando nuestra irremediable entrada al patíbulo, a la mesa del nefasto banquete, como platillo principal.
¡Sépanlo ya!, no es exageración, sus hijos acabarán en una olla, con una manzana en el hocico, o en una cama de disección donando sus órganos al hijo del Presidente de Monsanto, o de cualquier otro aristócrata, y no se extrañen si son ustedes mismos quienes los venderán como reses.
La culpa es nuestra, porque hemos sido no sólo débiles, sino tibios, arrogantes y traidores, siervos de una hegemonía del absurdo, del entretenimiento grotesco y sin escrúpulos, hemos cambiado la indignación impetuosa, propia de quien es aplastado, por una hipócrita sonrisita de agradecimiento por las desgracias que se nos otorgan como ganancia por nuestra mansedumbre y cooperación, tributamos todos los días el ano como vedettes, estamos, como ya lo advirtió Baudelaire “hechos para el látigo”.
Somos los mismos mealiras, poetastros y escritorzuchos, artistas de lo fútil, mercenarios de la belleza, los mismos que Rimbaud condenaba, aquellos que han dejado morir los más puros ideales humanos, asesinos de la estética y proxenetas del símbolo, en nosotros no hay respuestas solo enajenación, somos nosotros y nuestras obras el nuevo opio de las masas, peor aún, somos el abono de nuestro alimento envenenado.
A manera de conclusión para esta advertencia soltada al viento como un lóbrego papalote , remedo de inútil profecía, me gustaría citar a Viviane Forrester, quien en su penetrante y desgarrador ensayo El Horror Económico, nos advierte que: "El mercado laboral está menguado y en vías de desaparecer". (p. 65); "se pretende que lo social y económico están regidos por las transacciones realizadas a partir del trabajo cuando éste ha dejado de existir". (p. 13), "la pobreza (...) conduce a los pobres a mutilarse en beneficio de los poseedores con tal de sobrevivir un poco más. Se lo acepta (...). Nadie hace nada salvo cerrar el diario o apagar el televisor". (p. 155).3
Así, ante una izquierda sometida, apática, inoperante, más aún, vendida y sin remordimientos, nada puede hacerse, sólo espero atestiguar el fin de esta rastrera y asquerosa enfermedad: la humanidad. Y espero que al menos, ese final, esté a la altura de nuestras más penosas y abundantes ganancias. Como advirtiera Cioran, el último lúcido: “el hombre debe desaparecer”.

El cuerpo de la angustia o del filosofar sobre el Heavy Metal

Author: José Miguel Lecumberri /

José Miguel Lecumberri

“Falling into the clarity of undoing

Scornful gods haggle for my soul

Minds eye flickers and vellicates as I let go

Taunting whispers accompany my deletion
”
Meshuggah

1.- La Voz Deviene Máquina:
Si hubiera un instrumento adecuado para interpretar la profunda angustia que estos gloriosos tiempos evocan, sin lugar a dudas ese instrumento es la voz humana, Deleuze, habla de una “desterritorialización” de la voz, de un devenir hombre y devenir mujer en máquina, no en la punta maquínica que protagoniza el amalgamado y complejo sistema de control fijado sobre la sociedad como una bóveda asfixiante, sino que, por el contrario, se trata de un devenir máquina de la angustia, entendida como fin último de la existencia posmoderna, donde lo efímero es imperio, en términos de Lipovetsky.
De ahí que la voz que deviene canto y finalmente gruñido sea, al menos en el heavy metal, lo contrario a la frivolidad con la cual la sociedad contemporánea desea manifestarse culturalmente.
La moda, el utilitarismo desidealizante, los demacrados estratos posrevolucionarios que se miran ante el espejo de la derrota elegante a manos de un narcisimo tanto depresivo como preciosista y sin escrúpulos, impuesto por una meditada estrategia de sistemas autorreferenciados, profundamente arraigados en el inconsciente colectivo parecen sumir al individuo en un terror devenido indiferencia y a la postre desesperanza. Todos estos elementos de la frivolidad-terror, no se ven si quiera movidos por esta onda de destrucción anímica que constituye el género de música popular denominado como: heavy metal.
Este mundo donde el "individualismo narcisista, ansioso pero tolerante, de moralidad abierta y Superego débil o fluctuante" según el propio Lipovetsky, funge como expresión única de un solipsismo postizo, de un diálogo con el silencio, el mismo silencio en el cual Foucault encuadró al antagonista del logos, un trágico silencio que se opone a ese arte de la agresividad, por inmediato y por preciso, el cual se encuentra en completa indefensión, en completo devenir máquina de lo absurdo:
Puesto que el silencio del que se pretende hacer la arqueología no es un mutismo o un sin-habla originario, sino un silencio que ha sobrevenido, un hablar interrumpido por orden, se trata, pues, dentro de un logos que ha precedido la separación razón-locura dentro de un logos que deja dialogar en él lo que se ha llamado más tarde razón y locura (sinrazón)...1
En virtud de ese diálogo roto, dislocado, es que me atrevo a decir que el heavy metal, es la voz de hybris. A Freud, Jung e incluso a Lacán los pantalones se les irían a los tobillos con esta afirmación, pues toda reivindicación de la angustia procederá a partir de esta visión hipermodernista, de una pestilencia insoportable, emanada de la fosa común en la cual hemos dejado al descubierto los penosos restos de Dios y de la Razón, como exhibición para nuestro Museo Dadaísta del Desengaño, y ahora ese falso solipsismo, brutal y sin sentido, de la máquina que deviene música, o más bien melodía pura, anómala, bestial, voz de garganta industrial que ruge los estertores más telúricos de un alma torpemente atormentada por una perpetua adolescencia, se ve en una posición de flujo-energía, que corta la movilidad del propio devenir social en máquina de control, es decir, es ya imposible para esta expresión artística dar por sentado que su misión es la de agredir directamente las conciencias vitales que reciben su impacto por el desangrado espíritu racional que habita en la sumisión de un yo hipersensibilizado a la frivolidad, como tara de la expresividad ética y creativa. El hombre es ahora una bestia de la moda, del bluff, lo cual no es del todo nuevo, si consideramos lapsos históricos tan lamentables y malsanamente afeminados como el del neoclacisismo, así pues, la virtud de la brutalidad en estos tiempos, consiste en la capacidad de desvirtuar el esquema frivolidad-terror, que el statu quo se ha encargado en difundir, y más aún, convertir en el esquema ideológico central de la vida social contemporánea, en la “superestructura” maquinal de una idea de la formación socio-cultural basada en dicho esquema frivolidad-terror.
La voz expresada en la forma de canto-gruñido, deviene máquina de angustia precisamente por la necesidad autoimpuesta de despertar la conciencia social, en primera instancia hacia la desesperación y posteriormente hacia la búsqueda interior, es decir, la autorreflexión, y es precisamente en este punto donde la capacidad volitiva de salir de la superestructura se ve castrada por la falta de confianza del individuo en su propia bestialidad, en su propia naturalidad vital, es decir, el hombre es ahora un maniquí de boutique, no más un organismo, las enfermedades y los padecimientos en general, han pasado, de ser la consonancia del organismo con el universo, a ser sólo meras analogías del tiempo en el Ser, precisiones de accidentes ontológicos, o mejor dicho marcaciones precisas del devenir máquina.
Por otro lado, la voz-canto-gruñido es a fin de cuentas un arquetipo del absurdo, pues la energía primordial de la que procede la voz-canto-gruñido del cantante de heavy metal, es parecida a la sombra jungiana, custodio del yo, alter ego que vacía al nombrar a su reflejo encarnado en la angustia que se llama organismo. La angustia a su vez, es la energía que sucumbe deliciosamente ante otra energía, oscura e impenetrable, emanada de la sonoridad matemática de los acordes distorsionados y de una marcación de tiempos precisa, a base de golpes tribales que rememoran la imposibilidad de un retorno a las cavernas, la forma más augusta de la nostalgia convertida así en ira desgarrada, que se escapa como un diluvio de todo intento de territorialización, de todo tipo de sacralización y que, contradictoriamente, busca embonar en códigos antaño desvinculados del ideario colectivo, pues a fin de cuentas, no existe un matiz de fondo que reduzca su nivel de impacto en el inconsciente, ni en la espiritualidad individual, al constituirse como una agresión tan abiertamente angustiada y sofocante que no tiene escuchas, que no importa, pues el esquema de frivolidad-terror, es un superesquema en el cual la vida social y cultural debe de acoplarse, fuera de dicho superesquema está la desterritorialización, el caos, la pérdida de códigos que el heavy metal intenta emular y en cuyo intento se constituye su rotundo fracaso, porque a fin de cuentas, al hombre posmoderno o “postposmoderno” se le ha acabado la materia vital, no somos más parte de esa “exhuberancia de la materia” que según Cioran es la vida, somos ahora más que nunca, los seres semejantes a Dios, a un Dios lejano de todo incluso de sí mismo y de su propia extinción, locuaces, fuera de toda proporción el universo nos ha quedado pequeño porque nos hemos dado cuenta de que somos inconmensurablemente incompletos, como esa Idea Absoluta hegeliana.
Por eso es que me parece que el intento del heavy metal, se vuelve contra sí mismo, al forzar tanto su porpósito de concientización-conmoción, ante una sociedad que es prácticamente impermeable a todo lo que no sea frivolidad-terror, a todo lo que no sea su regodeo en el desengaño, su valentía ante la comodidad, su desapego al futuro.
Así pues, la voz-canto-gruñido intenta a la vez ser frívola y terrorífica y, sin embargo, sólo logra ser angustia maquinal, desterritorializada de los códigos sociales y de los flujos materia-movimiento que interactúan como bienes culturales en la dinámica social contemporánea. Estos flujos que han permitido al hombre dimensionarse como un “ser supremo entre lo existente”, ahora le advierten su propia esclavitud a esa superioridad, y la futilidad de todo propósito se convierte en su credo, por ello no hay himnos, no hay coros celestiales anunciando la luz del porvenir, porque se ha secado en nosotros todo impulso vital, somos maniquíes de aparador frívolos y desarticulados del resto del universo.
2. La Máquina Deseante:
La energía perturbada por su propia esencia, nacida de la negación de sí misma, como un manantial que emanara vacío, como un Samsara sónico que fluyera en el espacio físico y a la vez metafísico, a la manera de una salvación concebida en el infierno, esto es en resumidas cuentas la vía vocal de la máquina canto-gruñido, sin embargo, nada de esto importa ya, porque el hombre esta acostumbrado a desoír la materia y el flujo de lo vivo y es cada vez más proclive a los flujos de lo extinto.
Lo que intento decir es, como aquella idea del poeta español Leopoldo María Panero, que es el mundo el que está loco y no yo (esta es al menos la visión del heavy metal), aún cuando en apariencia sea yo el loco y el mundo quiera hacerme entrar en razón, pues la razón se ha identificado con un estado frivolidad-terror por el desengaño, y ¿de qué estamos desengañados? En principio, el desengaño al que me refiero es ontológico, sin embargo es aún más profundo, el deseo fungen no ya como un método subversivo a la creación, sino como una nueva forma de dudar de todo, una duda infinita viciada por su propio silencio metafísico que nos convierte en máquinas deseantes, y ¿qué desea esa máquina deseante? Básicamente se duda de todo del universo humano en su conjunto, lo cual en realidad, constituye dudar de nada, pues se duda desde los márgenes del ser y no a la manera de los místicos, a partir de una “noche oscura del alma”, el castillo interior esta reducido a ruinas sordas y deshabitadas. El hombre contemporáneo está habitado por moda, por costumbres derivadas en clichés, por tecnología, por información sin sentido, por dudas insoportables, pero no por sí mismo, lo cual resulta en un falso solipsismo, cuando sólo nos importa lo que pensamos desde un punto de vista subjetivo, con base en todos esos datos que nos son extraños, somos subjetivamente todo menos nosotros mismos, somos ajenos a lo que somos, somos máquinas deseantes, impenetrables a nuestro propio ser.
El silencio proviene del mundo, me desnaturaliza desde su esencial condición arquetípica, el mundo como fenómeno para lo social y lo individual, como territorio de lo humano, donde me desenvuelvo, donde el fenómeno musical denominado heavy metal es aparición y súbita concientización-conmoción que cae en el absurdo, donde el ruido corroe mi espíritu, porque la música ahora, constituye la única sustancia del Ideal, como escribe Cioran: “Fuera de la música, todo, incluso la soledad y el éxtasis, es mentira.”
En este orden de ideas, es la voz o el gruñido más bien, el primer frente de ataque a los sentidos, provocado por el heavy metal, más allá del análisis de las líricas particulares de cada grupo y cada subgénero, así como sus “motivaciones” o “fuentes de inspiración”, ya sea que provengan de un entorno social enfermizo y disfuncional, o de una burguesía acomodaticia que propicia la rebelión como un cliché espectral, lo que verdaderamente importa es la ruptura que al inicio de este trabajo llamé deleuzianamente “desterritorialización”, aunque no lo sea del todo, pues el heavy metal es, desde su esencia, incapaz de desvincularse por completo de su propio devenir social, dado que sigue encuadrándose a sí mismo dentro de los fenómenos sociales postrevolucionarios y sigue sin reconocer su inherente calidad de catástrofe de diluvio (como arquetipo de la catástrofe) donde todo código pierde su sentido, donde el absurdo toma las riendas del ser y enfrenta a los deseos.
Como reza el Tao Te Ching: “Conociendo la luz y convirtiéndose en la oscuridad, Uno se convierte en el mundo…”, la voz-gruñido que encabeza las composiciones heavymetaleras discurre como una gélida serpiente sobre el acero hirviente de melodías implacables y exactas, que remiten tanto al pasado como al devenir, y así transmite un sentimiento de deriva profunda del ser, de inserción de ese ser en el sinsentido esencial del universo, en el dolor del caos por haber sido ordenado y convertido en universo. La identidad luz-tinieblas se concibe en esta voz-gruñido, no como una dualidad, sino como irreconciliable confrontación de extraños agentes que se disputan un mismo cuerpo, un mismo devenir en Nada, la misma Nada que es esencia del mundo, esencia del Todo, salvo de la música.