“40 BARCOS DE GUERRA, RESEÑA DE UNA BATALLA INSONDABLE”

Author: José Miguel Lecumberri /

href="http://http//cuarentabarcosdeguerra.blogspot.com/2009_11_01_archive.html">http://http://cuarentabarcosdeguerra.blogspot.com/2009_11_01_archive.html

“De modo que cada vez que acabamos de hablar
de nosotros no podemos saber si nuestras palabras,
prudentes e inofensivas, escuchadas con aparente cortesía
e hipócrita aprobación, serán o no motivo de comentarios
furiosos o regocijantes, pero desfavorables en todo caso.”
Marcel Proust

Hace un par de días, cuando los editores de VersodestierrO, Adriana y Andrés, me hacían formal entrega de los ejemplares correspondientes a mi participación en la antología titulada 40 Barcos de Guerra, me encomendaban igualmente la elaboración de un breve “ensayo”, según sus propias palabras, en relación con el “ataque poético” emprendido por sendos buques.

En primer lugar, he de admitir que llevar a cabo esta modesta reseña a una labor tan asombrosamente titánica como la que estos cuarenta y dos editores se han atrevido a emprender, me ha provocado cierta incomodidad en proporción a lo modesto de mi participación, como si a partir de una acacia se quisiera saber el bosque. Sin embargo, con cautela he decidido iniciar lo que espero se convierta en un intenso alud reflexivo en torno a la poesía mexicana actual.

Lo que inmediatamente salta a la vista en un primer repaso por las columnas de este ejército, es que entre sus filas existe una acrisolada selección de material, la cual, no siempre siendo de mi agrado (evitaré entrar en detalles a este respecto, pues no se trata en esta ocasión de hacer crítica literaria, sino más bien de esbozar una brevísima doxa sobre la labor cultural per sé, contenida en 40 Barcos de Guerra y que sirva, sin mayor pretensión, como una piedra de toque para un marco de referencia sobre el cual se entable un futuro debate respecto de este gran trabajo antológico) ha logrado conformar una renovada Torre de Babel, que sin lugar a dudas está por probar la fuerza y solidez de sus cimientos frente al “oscuro tribunal de la lectura” como dijera Leopoldo María Panero.

En este orden de ideas, es que yo, un poeta menor de esta antología, me atrevo con todo respeto, a diferir de lo expresado por el maestro Enrique Gónzalez Rojo Arthur en su Prólogo a esta antología, en lo que se refiere a su insistente comparación de los 40 Barcos de Guerra con otras antologías y selecciones poéticas llevadas a cabo por lo que él llama indiscriminadamente: las “mafias” de la poesía mexicana. Esto lo conduce a una exaltación ciertamente desproporcionada del gran trabajo de la antología objeto de esta alocución, ya que si bien es cierto que 40 Barcos de Guerra constituye uno de los intentos más importantes y sobresalientes para mostrar a nivel enciclopédico el trabajo poético llevado a cabo en ciertos sectores de la sociedad mexicana, es injusto soslayar cualquier otro intento (por humilde que éste sea) que se haya llevado a cabo, tanto dentro como fuera de los círculos oficiales de la cultura nacional.

Poco debieran de importarnos estos criterios y argumentos, puesto que como resultado de mi lectura de los 40 Barcos de Guerra con todo y sus polizones, pude notar que existe una consistente presencia de grandes o medianas divas de la poesía mexicana con todo y sus grandes o medianos laureles, reconocimientos y medallas, ad nauseam, también existen proyectos, entre los combatientes independentistas de los 40 Barcos de Guerra, que son amplia y generosamente subsidiados por las esferas oficiales (tal vez debiera de decir “mafiosas”) de la cultura centralista, semiabsolutista y tropicalizada, que oprime a los verdaderos espíritus revolucionarios que aún quedan en ese limbo de los ideales llamado: burocracia cultural.

Por otro lado, me encontré gratamente con ejemplos de recatada pero fina hechura que lucen como pequeñas joyas flotantes en medio de la blanca marea del vacío.

De cualquier forma, da igual, todos hemos varado en las playas desoladas del silencio como “recién nacidos macabros” según está escrito en un poema de José Carlos Becerra, todos adornamos el desangramiento de la luz, ciegos testigos, ciegos vates.

Tampoco debiera de importarnos mucho el posible lugar que nuestros guerreros ocupen en el Valhalla, maestro González Rojo, porque finalmente el espíritu de la poesía no es, en absoluto, el de la comúnmente llamada “grilla política” o son mayor formalidad, el de la persecución de los cotos del poder socio-económico o de la posición de privilegios, ni la lucha sobrevalorada de cualquier situación de figurín, con el tedio de la gloria paseándose como un fantasma entre nuestros ojos y los del público lector, sino más bien aquella “búsqueda sollozante”, como Sastre describiera, del guerrero ancestral que se enfrenta con su soledad a los poderes de lo que sale del entendimiento humano, del consenso de la civilización, hurgando en los mapas perdidos, en los astrolabios la imposibilidad del ser, el lugar preciso en que se nos revele la urdimbre universal de la materia de la que está constituido nuestro sinsentido. Todos somos guerreros y todos hemos de morir con la pluma en la mano.

Ciertamente es esta una antología del trabajo de muchos poetas que buscan canales de difusión para su noble oficio. Peor entonces ¿Qués es lo que deiera importarnos en mayor medida? El propio oficio de la poesía y su libre expresión. ¿En qué reconocemos a un verdadero poeta?, Emil Cioran responde de un modo a mi juicio inmejorable:

…frecuentándole, viviendo largo tiempo en la intimidad de su obra, algo se modifica en mí: no tanto mis inclinaciones o mis gustos como mi propia sangre, como si una dolencia sutil se hubiera introducido en ella para alterar su curso, su espesor, su calidad.

Recordemos aquel joven vate que sistemáticamente desarregló sus sentidos, su moral, sus creencias y hasta sus prejuicios en aras de un fin mucho mayor: la videncia. Recordemos también al Tiresias de epopeya clásica consumiéndose como una “lámpara de sombras” para guiar los pasos del mundo, o incluso al Borges genial que nos advierte “Dieron a otros gloria interminable los dioses,/inscripciones y exergos y monumentos y puntuales historiadores;/ de ti sólo sabemos, oscuro amigo, /que oíste al ruiseñor, una tarde…” ¿acaso a sus poemas también los crucificaremos por disfrutar del beneplácito de las esferas poderosas? ¿acaso debo de arremeter contra quienes disfrutan de mejor suerte que yo?, ¿porqué no practicar la sabia resignación de Marco Aurelio o la inspirada melancolía de William Blake al escribir: “Some are born to sweet delight,/some are born to sweet delight,/some are born to endless night”? De ahí la suma importancia de atender al acontecimiento poético, al "rizoma" creándose y recreándose sobre sí mismo, expándiéndose, ocupándo el todo del vacío del silencio en la mente humana, con ritmo, armonía y cadencia.

Tal vez por la consumación misma de este gran hecho poético llamado 40 Barcos de Guerra, me sienta más apegado a “las cenizas de las que está hecho el olvido” o como escribiera Bachellard a “los umbrales del ser”, donde mi alma puede, a lo más, ser la transparencia irreal de un mundo irreal. Por ello insisto en que no se pierda el tiempo en críticas que nadie va a escuchar ni sentir. Si la vida constituye un abismo, o una pendiente que nos quiebra los huesos, interminable como aquella prisión del mítico Sísifo, cantemos, a la manera del Orfeo destazado, en búsqueda del amor doliente y desgarrador pero sublime y generoso, cuando la necedad que constituye transitar por los infiernos buscando la fuente verdadera sea nuestro único motivo, con la belleza como única arma, hemos también de cantar sobre el resplandor de las plumas del Quetzal, a la manera del antiguo rey. O como el Lázaro resucitado, aquel ángel podrido cuya sensibilidad al sufrimiento humilló la vanidad divina de la compasión.

Lamento mucho no compartir el terrible optimismo del gran poeta chileno Vicente Huidobro, al decir que el poeta es un “pequeño dios”, una suerte de demiurgo inacabado, anémico. Sin embargo, y esto queda patentado por la gama de acentos y ritmos que en esta cofradía de poemas concurren, la poesía es el salvoconducto del espíritu humano, la verdadera “insurrección de los saberes sometidos” tal y como Foucault lo planteaba. La poesía contenida en 40 Barcos de Guerra, debe considerarse como una especie de mándala, un microcosmos que en forma “rizomática” abate la máquina de control, cumpliendo con el verdadero espíritu del artista revolucionario.

40 Barcos de Guerra no es foro de representaciones dramáticas, no es de forma alguna, el impecable espejo de agua de cientos de Narcisos, sino por el contrario, es el cúmulo de preciosas marañas que se han ido deshilvanando desde luces más extrañas y más puras, ajenas a todo lo que el conocimiento y la ciencia consideran “progreso”, un saber inmaculado, que no puede (ni debiera) ser interpretado nunca, una verdadera máquina creadora, cuyas líneas de fuga representan los límites mismos del misterio de la escritura.

José Miguel Lecumberri