El cuerpo de la angustia o del filosofar sobre el Heavy Metal

Author: José Miguel Lecumberri /

José Miguel Lecumberri

“Falling into the clarity of undoing

Scornful gods haggle for my soul

Minds eye flickers and vellicates as I let go

Taunting whispers accompany my deletion
”
Meshuggah

1.- La Voz Deviene Máquina:
Si hubiera un instrumento adecuado para interpretar la profunda angustia que estos gloriosos tiempos evocan, sin lugar a dudas ese instrumento es la voz humana, Deleuze, habla de una “desterritorialización” de la voz, de un devenir hombre y devenir mujer en máquina, no en la punta maquínica que protagoniza el amalgamado y complejo sistema de control fijado sobre la sociedad como una bóveda asfixiante, sino que, por el contrario, se trata de un devenir máquina de la angustia, entendida como fin último de la existencia posmoderna, donde lo efímero es imperio, en términos de Lipovetsky.
De ahí que la voz que deviene canto y finalmente gruñido sea, al menos en el heavy metal, lo contrario a la frivolidad con la cual la sociedad contemporánea desea manifestarse culturalmente.
La moda, el utilitarismo desidealizante, los demacrados estratos posrevolucionarios que se miran ante el espejo de la derrota elegante a manos de un narcisimo tanto depresivo como preciosista y sin escrúpulos, impuesto por una meditada estrategia de sistemas autorreferenciados, profundamente arraigados en el inconsciente colectivo parecen sumir al individuo en un terror devenido indiferencia y a la postre desesperanza. Todos estos elementos de la frivolidad-terror, no se ven si quiera movidos por esta onda de destrucción anímica que constituye el género de música popular denominado como: heavy metal.
Este mundo donde el "individualismo narcisista, ansioso pero tolerante, de moralidad abierta y Superego débil o fluctuante" según el propio Lipovetsky, funge como expresión única de un solipsismo postizo, de un diálogo con el silencio, el mismo silencio en el cual Foucault encuadró al antagonista del logos, un trágico silencio que se opone a ese arte de la agresividad, por inmediato y por preciso, el cual se encuentra en completa indefensión, en completo devenir máquina de lo absurdo:
Puesto que el silencio del que se pretende hacer la arqueología no es un mutismo o un sin-habla originario, sino un silencio que ha sobrevenido, un hablar interrumpido por orden, se trata, pues, dentro de un logos que ha precedido la separación razón-locura dentro de un logos que deja dialogar en él lo que se ha llamado más tarde razón y locura (sinrazón)...1
En virtud de ese diálogo roto, dislocado, es que me atrevo a decir que el heavy metal, es la voz de hybris. A Freud, Jung e incluso a Lacán los pantalones se les irían a los tobillos con esta afirmación, pues toda reivindicación de la angustia procederá a partir de esta visión hipermodernista, de una pestilencia insoportable, emanada de la fosa común en la cual hemos dejado al descubierto los penosos restos de Dios y de la Razón, como exhibición para nuestro Museo Dadaísta del Desengaño, y ahora ese falso solipsismo, brutal y sin sentido, de la máquina que deviene música, o más bien melodía pura, anómala, bestial, voz de garganta industrial que ruge los estertores más telúricos de un alma torpemente atormentada por una perpetua adolescencia, se ve en una posición de flujo-energía, que corta la movilidad del propio devenir social en máquina de control, es decir, es ya imposible para esta expresión artística dar por sentado que su misión es la de agredir directamente las conciencias vitales que reciben su impacto por el desangrado espíritu racional que habita en la sumisión de un yo hipersensibilizado a la frivolidad, como tara de la expresividad ética y creativa. El hombre es ahora una bestia de la moda, del bluff, lo cual no es del todo nuevo, si consideramos lapsos históricos tan lamentables y malsanamente afeminados como el del neoclacisismo, así pues, la virtud de la brutalidad en estos tiempos, consiste en la capacidad de desvirtuar el esquema frivolidad-terror, que el statu quo se ha encargado en difundir, y más aún, convertir en el esquema ideológico central de la vida social contemporánea, en la “superestructura” maquinal de una idea de la formación socio-cultural basada en dicho esquema frivolidad-terror.
La voz expresada en la forma de canto-gruñido, deviene máquina de angustia precisamente por la necesidad autoimpuesta de despertar la conciencia social, en primera instancia hacia la desesperación y posteriormente hacia la búsqueda interior, es decir, la autorreflexión, y es precisamente en este punto donde la capacidad volitiva de salir de la superestructura se ve castrada por la falta de confianza del individuo en su propia bestialidad, en su propia naturalidad vital, es decir, el hombre es ahora un maniquí de boutique, no más un organismo, las enfermedades y los padecimientos en general, han pasado, de ser la consonancia del organismo con el universo, a ser sólo meras analogías del tiempo en el Ser, precisiones de accidentes ontológicos, o mejor dicho marcaciones precisas del devenir máquina.
Por otro lado, la voz-canto-gruñido es a fin de cuentas un arquetipo del absurdo, pues la energía primordial de la que procede la voz-canto-gruñido del cantante de heavy metal, es parecida a la sombra jungiana, custodio del yo, alter ego que vacía al nombrar a su reflejo encarnado en la angustia que se llama organismo. La angustia a su vez, es la energía que sucumbe deliciosamente ante otra energía, oscura e impenetrable, emanada de la sonoridad matemática de los acordes distorsionados y de una marcación de tiempos precisa, a base de golpes tribales que rememoran la imposibilidad de un retorno a las cavernas, la forma más augusta de la nostalgia convertida así en ira desgarrada, que se escapa como un diluvio de todo intento de territorialización, de todo tipo de sacralización y que, contradictoriamente, busca embonar en códigos antaño desvinculados del ideario colectivo, pues a fin de cuentas, no existe un matiz de fondo que reduzca su nivel de impacto en el inconsciente, ni en la espiritualidad individual, al constituirse como una agresión tan abiertamente angustiada y sofocante que no tiene escuchas, que no importa, pues el esquema de frivolidad-terror, es un superesquema en el cual la vida social y cultural debe de acoplarse, fuera de dicho superesquema está la desterritorialización, el caos, la pérdida de códigos que el heavy metal intenta emular y en cuyo intento se constituye su rotundo fracaso, porque a fin de cuentas, al hombre posmoderno o “postposmoderno” se le ha acabado la materia vital, no somos más parte de esa “exhuberancia de la materia” que según Cioran es la vida, somos ahora más que nunca, los seres semejantes a Dios, a un Dios lejano de todo incluso de sí mismo y de su propia extinción, locuaces, fuera de toda proporción el universo nos ha quedado pequeño porque nos hemos dado cuenta de que somos inconmensurablemente incompletos, como esa Idea Absoluta hegeliana.
Por eso es que me parece que el intento del heavy metal, se vuelve contra sí mismo, al forzar tanto su porpósito de concientización-conmoción, ante una sociedad que es prácticamente impermeable a todo lo que no sea frivolidad-terror, a todo lo que no sea su regodeo en el desengaño, su valentía ante la comodidad, su desapego al futuro.
Así pues, la voz-canto-gruñido intenta a la vez ser frívola y terrorífica y, sin embargo, sólo logra ser angustia maquinal, desterritorializada de los códigos sociales y de los flujos materia-movimiento que interactúan como bienes culturales en la dinámica social contemporánea. Estos flujos que han permitido al hombre dimensionarse como un “ser supremo entre lo existente”, ahora le advierten su propia esclavitud a esa superioridad, y la futilidad de todo propósito se convierte en su credo, por ello no hay himnos, no hay coros celestiales anunciando la luz del porvenir, porque se ha secado en nosotros todo impulso vital, somos maniquíes de aparador frívolos y desarticulados del resto del universo.
2. La Máquina Deseante:
La energía perturbada por su propia esencia, nacida de la negación de sí misma, como un manantial que emanara vacío, como un Samsara sónico que fluyera en el espacio físico y a la vez metafísico, a la manera de una salvación concebida en el infierno, esto es en resumidas cuentas la vía vocal de la máquina canto-gruñido, sin embargo, nada de esto importa ya, porque el hombre esta acostumbrado a desoír la materia y el flujo de lo vivo y es cada vez más proclive a los flujos de lo extinto.
Lo que intento decir es, como aquella idea del poeta español Leopoldo María Panero, que es el mundo el que está loco y no yo (esta es al menos la visión del heavy metal), aún cuando en apariencia sea yo el loco y el mundo quiera hacerme entrar en razón, pues la razón se ha identificado con un estado frivolidad-terror por el desengaño, y ¿de qué estamos desengañados? En principio, el desengaño al que me refiero es ontológico, sin embargo es aún más profundo, el deseo fungen no ya como un método subversivo a la creación, sino como una nueva forma de dudar de todo, una duda infinita viciada por su propio silencio metafísico que nos convierte en máquinas deseantes, y ¿qué desea esa máquina deseante? Básicamente se duda de todo del universo humano en su conjunto, lo cual en realidad, constituye dudar de nada, pues se duda desde los márgenes del ser y no a la manera de los místicos, a partir de una “noche oscura del alma”, el castillo interior esta reducido a ruinas sordas y deshabitadas. El hombre contemporáneo está habitado por moda, por costumbres derivadas en clichés, por tecnología, por información sin sentido, por dudas insoportables, pero no por sí mismo, lo cual resulta en un falso solipsismo, cuando sólo nos importa lo que pensamos desde un punto de vista subjetivo, con base en todos esos datos que nos son extraños, somos subjetivamente todo menos nosotros mismos, somos ajenos a lo que somos, somos máquinas deseantes, impenetrables a nuestro propio ser.
El silencio proviene del mundo, me desnaturaliza desde su esencial condición arquetípica, el mundo como fenómeno para lo social y lo individual, como territorio de lo humano, donde me desenvuelvo, donde el fenómeno musical denominado heavy metal es aparición y súbita concientización-conmoción que cae en el absurdo, donde el ruido corroe mi espíritu, porque la música ahora, constituye la única sustancia del Ideal, como escribe Cioran: “Fuera de la música, todo, incluso la soledad y el éxtasis, es mentira.”
En este orden de ideas, es la voz o el gruñido más bien, el primer frente de ataque a los sentidos, provocado por el heavy metal, más allá del análisis de las líricas particulares de cada grupo y cada subgénero, así como sus “motivaciones” o “fuentes de inspiración”, ya sea que provengan de un entorno social enfermizo y disfuncional, o de una burguesía acomodaticia que propicia la rebelión como un cliché espectral, lo que verdaderamente importa es la ruptura que al inicio de este trabajo llamé deleuzianamente “desterritorialización”, aunque no lo sea del todo, pues el heavy metal es, desde su esencia, incapaz de desvincularse por completo de su propio devenir social, dado que sigue encuadrándose a sí mismo dentro de los fenómenos sociales postrevolucionarios y sigue sin reconocer su inherente calidad de catástrofe de diluvio (como arquetipo de la catástrofe) donde todo código pierde su sentido, donde el absurdo toma las riendas del ser y enfrenta a los deseos.
Como reza el Tao Te Ching: “Conociendo la luz y convirtiéndose en la oscuridad, Uno se convierte en el mundo…”, la voz-gruñido que encabeza las composiciones heavymetaleras discurre como una gélida serpiente sobre el acero hirviente de melodías implacables y exactas, que remiten tanto al pasado como al devenir, y así transmite un sentimiento de deriva profunda del ser, de inserción de ese ser en el sinsentido esencial del universo, en el dolor del caos por haber sido ordenado y convertido en universo. La identidad luz-tinieblas se concibe en esta voz-gruñido, no como una dualidad, sino como irreconciliable confrontación de extraños agentes que se disputan un mismo cuerpo, un mismo devenir en Nada, la misma Nada que es esencia del mundo, esencia del Todo, salvo de la música.

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