Prosas de un poeta menor

Author: José Miguel Lecumberri /

“HORROR VACUI [REFLEXIONES DE UNA INTUICIÓN ENAJENADA]”

Lo único que existe es el futuro. El ser potencialmente puro, el ser que es consumido por la nada, entendida como el lugar donde sólo habita una cosa, la energía del vacío. El futuro muere a manos del aburrimiento, o más bien de la angustia resultante del aburrimiento profundo.
Todo propósito es un imposible, en cuanto logramos aproximar nuestra ilusión a la existencia, esta última inmediatamente se corrompe y extingue. Se ha dicho que Hegel respondió estas cuestiones de forma elegante, nada y ser se identifican, sin embargo la nada es una imposibilidad lógica, solamente eso, el ser, una ilusión.
Para diferenciar dicha ilusión de lo que antes nombré como imposibilidad lógica, recurramos a un sencillo ejemplo, la abundancia de agua en el desierto más árido del mundo, es una imposibilidad lógica, pero por tanto vulnerable en el mundo material, es decir, es posible que de facto haya agua o llueva en dicho lugar, pues la materia no responde al espíritu ni viceversa, hay una dislocación esencial entre ambas formas.
Ahora bien, en cuanto a la ilusión, es claramente posible a nivel lógico que estando yo en el desierto, muriendo de sed, mi mente me engañe con la ilusión del agua, con un espejismo. En resumidas cuentas, lo que yo considero una imposibilidad lógica es pues, una situación, estado o comportamiento del mundo físico que es inconcebible o cuando menos improbable para la lógica humana, en cambio la ilusión, es un movimiento generativo de la mente humana, que se sobrepone en el mundo material como parte del mismo.
Ahora bien, ¿es el ser una ilusión del propio ser, o lo es de algo más? Un cierto tipo de chocolate me provoca dolores de cabeza inimaginablemente atroces, sin embargo, sobrellevo mi penosa existencia, con momentos de temblorosa salud, al igual que para Cioran, para mí, la muerte por mano propia es, sin lugar a dudas, la única justificación de vida. En este sentido, el dolor, único contenido común del espíritu y la materia, único punto de encuentro, es también la pista única, el rastro inmundo y enfermo que nos ha dejado aquel perverso demiurgo platónico, si es que hay tal, y… ¡claro que lo hay!
Hemos sido creados por el absurdo, a partir del caos y su herramienta: el dolor.
¿Para qué tomarnos en serio la existencia? A fin de cuentas, lo único que nos sostiene es el dolor, esa desagradable sensación de desgarradura infinita que se expresa en el sufrimiento, única verdad de la existencia.
No obstante, el sinsentido, como una especie de descendiente macabro del absurdo [redentor idiotizado por las drogas que lo exaltan, por los dioses que lo colman] puede ser la respuesta a nuestra vida, su sentido deforme, el sinsentido es la única finalidad del devenir, así, el hombre es la manifestación material del absurdo, es decir el sinsentido, ese dios encarnado en la putrefacción de nuestros cuerpos, la posmodernidad nos exige estas alegorías, estas parodias del infierno. Así, el hombre, maquina que con su propia conciencia sabotea su ser mecánicamente, automáticamente, ha encontrado en el vacío, o más exactamente en el cadáver de un Dios que se apesta, los indicios de una resurrección aciaga de la moral de occidente. El miedo, sería entonces, la herramienta condenatoria del hombre posmoderno, ¿qué nuevos dioses engendraremos a partir de este renovado artilugio del inconsciente colectivo?
Como fenómeno espiritual, el miedo posmoderno se debe a la angustia que el sufrimiento provoca en la existencia. La angustia es un continuo más o menos uniforme de emociones, sentimientos y estados mentales que alteran la conciencia y mueven el espíritu. El aburrimiento, es precisamente el movimiento del espíritu, la irremediable contemplación del cambio, pues el hombre ante todo, es un ente que contempla su propio devenir con la actitud de un león ciego, intranquilo por las formas desconocidas que se sugieren ante él, y que es incapaz de distinguir.
La existencia, a la que me he referido en los tres párrafos anteriores, es idéntica al espejismo del agua en el desierto, o también podría verse como la carretera por donde el ser se arrastra como un caracol. No hace referencia al futuro. He decidido separar dos existencias, la del futuro, es decir, la única realidad y la existencia como camino del ser.
De ahora en adelante, este breve trabajo sólo hablará de la existencia, en su sentido de realidad, de futuro.
El hombre se siente siempre ajeno, siempre extranjero, ni el espacio ni el tiempo son cobijo suficiente, porque no hay realidades como su espíritu las pretende revelar, no hay sabiduría, sólo hastío, no hay tragedia, solo un sinsentido llano, irremediable.
Así, Dios es todos los absurdos y ni uno a la vez, por eso la mayoría de las religiones del mundo lo relegan al futuro, a la existencia [¿somos sueños de aquel que no despertará nunca? ¿somos su insomnio dormido?].
También por eso, los antiguos budistas se referían al Nirvana como un espejo puro, sin reflejos, porque sería un espejo del futuro, de la existencia, que no siendo por sí mismo estuviese contemplando, atesorando la existencia en un estado de perpetuo e inmutable asombro. En este sentido, la contemplación es la única forma de ser a nuestro alcance, y la contemplación pura sería el único contacto posible con la existencia, más aún, con la esencia desde la apariencia.

LA LUZ QUE EL OTOÑO ADOPTA: BREVE APROXIMACIÓN
A LA OBRA DE HUGO GARDUÑO


“La imagen literaria debe ser ingenua.
Tiene, de este modo, la gloria de ser efímera,
piscológicamente efímera.
Renueva el lenguaje embelleciéndolo.”
Gaston Bachelard

Luz Parda de Hugo Garduño, ha sido un material que gratamente me sorprendió al leerlo y aún más al analizarlo. Un conjunto de poemas, casi todos de arte mayor, que aún ahora no sé si pertenecen a un mismo libro.
Tal vez Luz Parda sea el resultado de una antología personalísima, a través de la cual, el poeta pretende reconocerse en las siluetas de un mundo, que si bien le ha sido accesible por virtud, tal vez, de misteriosas revelaciones, no obstante le es sensiblemente inaccesible, un poco a la manera de Artaud, quien dice “Cuando escribo sólo existe lo que escribo”, como por una suerte de imposibilidades metafísicas, llegando al poema, la pieza extraviada de un rompecabezas siempre inconcluso, la propia existencia, el devenir de un esteticismo que no alcanza a hacer realidad aquello que Keats afirmara “la Belleza es lo verdadero”, a traves de una sería de elementos lingüísticos, como Borges escribiera sobre Nietzsche: “una sintaxis de aficiones arcaicas y un vocabulario neológico, la máxima energía y la máxima vaguedad, la inextricable ambigüedad del sentido y la pompa de la dicción.”1
Lo anterior justifica, en cierto modo, aquello que el autor nos revela al principio de uno de sus poemas “Así, como me siento tomo los objetos…”, más adelante, en el mismo poema y tomando la postura del enfant terrible nos advierte: “Muy de noche me he bebido en despilfarro mi sangre.”, el poeta hurga en la entraña de antiguos misterios, buscando una especie de doctrina renovadora, una gnosis para tiempos decadentes, la luz hace daño, es preciso oscurecerla un poco: “La llama no es eterna,/sólo dura el tiempo que quema.”
Es entonces cuando el poeta recita sortilegios, monólogos que a manera de sentencias hilvanadas por una musicalidad muchas veces virtuosa, aunque he de decirlo, algunas otras tropezada por el abuso de la rima asonante, alcanza la dicción de antiguos arcanos perdidos en las comisuras del inconsciente colectivo.
Retomando el tema de la estructura del poemario, que mencioné al inicio de mi disertación sobre Luz Parda, es precisamente aquí, en la musicalidad de los poemas que Garduño reúne, donde se denota la extrañeza, en una especie de síncopa que pareciera arrastrar un silencio perpetuo y no obstante, temeroso.
Así, el poeta se sabe extraviado, una especie de Lázaro revivido, medio putrefacto, uncido por una divinidad maldita. Oscuramente llega a la iluminada conclusión de que: “…Mirar en las tinieblas/y buscarlos cuando pasan. Así me he hallado muerto/en un pliegue sucio. Mirándome con la constancia,/de haber acabado ahora.”, más adelante, damos cuenta de uno de los versos mejor logrados del libro: “No me haré caber en esa tumba./Vuelve otra vez a arder/orgullosa luz.”, rehusándose así a la mediocridad de esta existencia, como un Sísifo que, subversivo a su condena la purga cantando. Pero sus cantos tampoco encuentran salida en la muerte, porque ya la experimentó, por adelantado.
Garduño concuerda con cierto pesimismo intelectual y categóricamente reconoce la muerte como única existencia real, y ve a la vida como aquel “objeto exterior” del Conde de Lautreamont, un plagio del dolor, única sensación con contenido, el poeta se desangra en cada poema, en cada fragmento de ser que conduce a la nada, en cada rima que hace evidente lo absurdo de este oficio y de cualquier actividad humana, por medio de una especie de escepticismo dogmático: “Porque no me eres posible bajo la vista”, nos dice Garduño en un tono desconsolado y agrega al final del mismo poema: “El primer humano, aquel que es hermoso/es ese que no lleva carga.”, aquí nuevamente la referencia al absurdo hombre contemporáneo, prisionero de grandes corporaciones, más esclavo que los esclavos de la antigua Grecia, y que sin embrago percibe su tarea ignominiosa como una bendición del utilitarismo, un Sísifo de renovados tedios, en el borde de la desesperación, como aquello que escribe Camus en su ensayo:
Los dioses habían condenado a Sísifo a empujar sin cesar una roca hasta la cima de una montaña, desde donde la piedra volvería a caer por su propio peso. Habían pensado con algún fundamento que no hay castigo más terrible que el trabajo inútil y sin esperanza.2
En este sentido, Garduño adquiere una nueva actitud hacia este concepto del “hombre absurdo”, “lo inútil siempre se mueve.”, escribe. Un desengaño renovador que de cierta forma, saca al hombre del mecánico desarrollo de sus ideas, mismas que como diría Emil Cioran “ocultan un fondo de nada”, así Garduño decreta: “…trémula crisis/ obsequio de enrarecido oxígeno/duelo de obcecados incapaces…”, recupera la dignidad de un ser que es alimento consuetudinario de sus propias miserias, y lo exalta, lo lleva hacia esa luz inofensiva, otoñal, ahí renueva un vergel paradisíaco, donde el lenguaje es fruto prohibido y a la vez sacramento pues: “..las utopías ahora son desgano”
De esta forma, llegamos irremediablemente de la contemplación a la interrogación ¿Que es esta Luz Parda?: ¿una estrella encadenada?, ¿un semidiós de misterioso aliento?, ¿una palabra con vocación de fuego? Es tal vez, el astro al que se mira directamente, sin intermediarios, la sombra blanca de un demonio que nos ha dejado distinguir lo que a las criaturas les está prohibido poseer.
Garduño reivindica la gesta pormetéica: “Existe un remedio con semblante de luz opaca:/la llegada de otro momento. El que sea.”, se debate entre la rebelión del místico y la reflexión de una santidad profana, de este modo pasa la noche oscura de su alma en la vacuidad del ser del poema, de esos fragmentos de imposibilidad que son método de un abismo conocido, familiar, al cual se contempla desde sus afueras, como a un enemigo, Garduño es precavido con el lenguaje, regatea sílabas con silencios.
Así, Luz Parda, sería entonces una especie de calidoscopio sintáctico, por virtud del cual, los hombre pueden acoger, no sin cierta melancolía a manera de dádiva, esa efímera maravilla que es el arte, el hombre a través del arte, de su fuego creador. El poeta no busca la comunicación por medio de las convenciones del lenguaje, sino a través del as vicisitudes del espíritu humano, como globalidad generadora, como rebelión incesante y hasta cierto punto ingenua del Génesis, una especie de positivismo dialéctico abraza estos poemas, un sentimiento de racionalización de las contradicciones, como esencia misma que el ser comparte con la nada, la luz, se vuelve entonces, instrumento mediador, velo que se rasga para abrir paso a la emanación de absolutos, ideales que desde el mítico principio están presentes en nuestra conciencia, como ángeles guardianes, Luz Parda, hace labor de codificación de mandatos, de vía de comunicación en los umbrales de mundos necesarios por imposibles.



La muerte está servida

El poema es tan solo una rosa más, ensangrentado los cristales rotos de tu mirada, el esqueleto del héroe que se despoja de su armadura y de su muerte, el Caballero Templario que cabalga al sol de medianoche:”y de su armadura se desprende el sueño de los hombres…” como escribiera Paz.
Hay cierto temor en estos poemas, y eso lo he pensado mientras los leía, apagando rencorosamente contra el cenicero, como contra la nada, aquel cigarro que no estaba siquiera encendido y que aquella noche, durante la silenciosa y profunda lectura de “..letras vencidas, cartas marcadas.”, de Juan Carlos Abreu había servido mi muerte. ¿Qué lívido temblor oculta la espiral dorada de estos poemas? El vértigo es sin duda su aliento de deseo y de odio, como escribiera Schopenhauer: “a primera vista dos cosas obstaculizan la felicidad: el dolor y el aburrimiento…”, las dos cualidades poéticas más sobresalientes, para Baudelaire fue el spleen, el hastío para los románticos, para Leopardi la existencia, la caducidad traduciendo al aburrimiento en la única constante, en el verdadero rostro infinito del absoluto: “Así a través de esta/ inmensidad se anega el pensamiento mío;/ y naufragar en este mar me es dulce.”, escribe el poeta italiano autor de “Zibaldone de Pensamientos”.
Así pues, Abreu traza sus epístolas desde el hastío y hacia el absoluto, con el verdadero espíritu de lo subversivo, pues su poesía cuestiona la obligación misma de existir:
A quién habrá de emancipar tu estéril lloriqueo,
si plácida la tiranía
duerme el sueño de los justos,
mientras
lames tu herida desgarrada,
correosa piel ya deshebrada;
oyes vítores y orgías,
festines y algazaras;
incapaz para salir del encierro
te lamentas,
ruges te revuelcas,
con el furor de quien quiere morir
altivo y digno,
en pié y al orden.
La nada, encarnada en la figura del desencanto amoroso es para Abreu el receptáculo del universo y a la vez su propia destrucción:
...a voz estrangulada,
me encarno en la costra de la sombra última
en abrazo pétreo,
danza en la tibieza de los gestos;
esa excusa para lo inclemente del desasosiego:
la palabra misma;
el pretexto para el consuelo
y la espera,
la unción de caramelo a la mejilla
o el rastro de sanguina
(centenario dibujo de los párpados);
aún para esta vez, como las otras tantas,
debo sacrificar el oficio manuscrito,
a erratas o descuidos,
víctima del desatino que descansa en los cajones
cementerio de besos extranjeros;
Y con el altanero pietismo de un San Juan indolente, Abreu levanta su puño contra el cielo como también lo hizo Job:
no era necesario
que pacieran por entre el fruncido ceño
las tantas penitencias,
la última de las resurrecciones
en que abandoné mi carne
adherida a un crucifijo;
Como escribiera Leopoldo María Panero de Félix Caballero, Juan Carlos Abreu es un poeta de los que hacen falta en este “parnasillo cirsense” de la literatura mexicana actual. Los poetas mexicanos se dividen en dos: “los burgueses pretenciosos y los mamarrachos abominables”, Abreu no es nada de esto, el es un caballero, amo del oficio de la lágrima a la rosa atada, al secreto más terrible y hermoso. Enemigo acérrimo del lugar común, el poeta Abreu urde en sus propias y sagradas llagas, en el cuerpo momificado de su resurrección, como un Lázaro, haciendo caso omiso de la advertencia de Michaux que dice “es preferible no viajar con un hombre muerto”, Abreu viaja con su propio cadáver a cuestas porque sabe al igual que Girri que “más allá de la verdad está el estilo” y que la poesía no describe la realidad, la organiza, es lo “irreal, lo real sin objetos”, donde el símbolo, la melodía y el silencio penetran confundidos en la carne, la diseccionan y muestran al ser desnudo en imágenes bellamente logradas como aquella que dice:
lo que no puede esconderse del silencio:
es el salitre de una lágrima,
La alegría no es un sentimiento poético, como afirma Cioran, la poesía es un veneno que lentamente intoxica el alma con una melancolía sin artificios, la pose no va con la poesía, el poeta vive en la desgarradura:
[…] lames tu herida desgarrada,
correosa piel ya deshebrada;
oyes vítores y orgías,
festines y algazaras;
incapaz para salir del encierro
te lamentas,
ruges te revuelcas,
con el furor de quien quiere morir
altivo y digno,
en pié y al orden.
El ritmo contundente, marcado por la rima densa y asonante a la vez, como por la batuta exigente de un director de orquesta va hilando en la piel silenciosa de la hoja al poema, cristal herido por su propia transparencia, Abreu hace gala de un lenguaje traslúcido y a la vez cegador como una ola de luz erigiéndose para ocultar la oscuridad del mundo y abalanzarse sobre ella con el erotismo de la víctima que se rinde ante su agresor, Abreu enamora la ausencia de la mujer amada, se rinde y desespera ante su sola posibilidad, como la llama danzante de una vela en el momento exacto de extinguirse en un halo de húmedo vapor:
…heme aquí,
que he sabido hacerme ajeno
a la inquietud y el sobresalto
de compartir un amorío en la penumbra;
pude haber besado inmune,
acaso sin desearlo,
una noche furtiva delatora de caricias,
clandestino desboco.
…heme aquí,
que he marcado los linderos con el prójimo,
he aprendido a reírme del dolor
y a dolerme de alegrías;
nunca supe transitar
del desconsuelo a la esperanza.
Finalmente, la poesía de Abreu, ajena a toda moda o academia impuesta por el parnasillo circense, sumergido en su oficio como un antiguo cabalista en la obsesión del nombre perfecto, del poema perfecto por imposible, ha empeñado su vida y la ha ofrecido como un banquete, como dijera Spinoza “un hombre libre en nada medita más que en la muerte y su meditación no es de muerte sino de vida”, Abreu si ha sabido comprender aquello que Panero recita “hacer de mi cadáver el último poema”.

“LOS HORRORES DEL CORDERO CANIVAL”
El problema de la izquierda no es en absoluto su inconformismo crónico, pues éste es ciertamente su único sentido. Lo que realmente hace decadente e inútil a la izquierda es y ha sido su cobardía, su unanimismo, su falta de carácter para tomar cartas en los asuntos sociales y políticos de desigualdad y abuso, y no sólo esto, sino que la mayoría de los izquierdistas, cuando menos en México, gozan de puestos burocráticos de miseria en los cuales se practican las más bizarras corruptelas de forma consuetudinaria y sin escrúpulos.
De igual manera sucede con las organizaciones de ayuda y beneficencia, todas dan lástima en el mejor de los casos, cuando no están vendidas a la elite gobernante y funcionan como una especie de disfraz para las porquerías del poder del mundo.
Los marginados somos mayoría, y sin lugar a dudas en poco tiempo seremos ganado para consumo de quienes detentan el poder político y económico. Ya no somos explotados, por la sencilla razón de que el trabajo está desapareciendo, ya no somos útiles, seremos exterminados. Seguramente en menos de veinte años, al agotarse los recursos, seremos usados como alimento, como refaccionaria de órganos y tal vez incluso como conejillos de indias para experimentos de todo tipo.
Por eso nos enajenan con circos de la más baja la calidad, no es necesario el esfuerzo, nuestras mentes son débiles, nuestros espíritus se diluyeron en la apatía y se remataron a cambio de espejitos.
Pero la culpa no es en forma alguna de quienes detentan los poderes, el status quo hace su trabajo. La voluntad del poder es en el fondo, una autodestrucción ingenua y cruel.
Somos culpables los marginados, artistas, pensadores y activistas de izquierdas, liberales de pacotilla que no servimos a las causas altas, porque el posmodernismo nos ha adoctrinado en la práctica del vacío y porque nos sentimos cómodos en ese útero invertido, formando parte del rebaño caníbal.
Es cierto que existe un poder mundial por encima de los Estados Sociales de Derecho, como patéticamente se denominan hoy en día, es cierto que el hombre al destruir los recursos naturales se sabotea a sí mismo y, de forma consciente, es esa necedad de extinción la que nos ha traído en primer lugar hasta aquí, occidente es el mundo y la gran manzana que se pudre mientras la devoramos irresponsablemente.
Lo cierto es que no tenemos salvación, que continuaremos, ya ni siquiera como aquel Sísifo oficinista-ejecutivo-yuppi de Camus, sino engordando en corrales, descerebrados, esperando nuestra irremediable entrada al patíbulo, a la mesa del nefasto banquete, como platillo principal.
¡Sépanlo ya!, no es exageración, sus hijos acabarán en una olla, con una manzana en el hocico, o en una cama de disección donando sus órganos al hijo del Presidente de Monsanto, o de cualquier otro aristócrata, y no se extrañen si son ustedes mismos quienes los venderán como reses.
La culpa es nuestra, porque hemos sido no sólo débiles, sino tibios, arrogantes y traidores, siervos de una hegemonía del absurdo, del entretenimiento grotesco y sin escrúpulos, hemos cambiado la indignación impetuosa, propia de quien es aplastado, por una hipócrita sonrisita de agradecimiento por las desgracias que se nos otorgan como ganancia por nuestra mansedumbre y cooperación, tributamos todos los días el ano como vedettes, estamos, como ya lo advirtió Baudelaire “hechos para el látigo”.
Somos los mismos mealiras, poetastros y escritorzuchos, artistas de lo fútil, mercenarios de la belleza, los mismos que Rimbaud condenaba, aquellos que han dejado morir los más puros ideales humanos, asesinos de la estética y proxenetas del símbolo, en nosotros no hay respuestas solo enajenación, somos nosotros y nuestras obras el nuevo opio de las masas, peor aún, somos el abono de nuestro alimento envenenado.
A manera de conclusión para esta advertencia soltada al viento como un lóbrego papalote , remedo de inútil profecía, me gustaría citar a Viviane Forrester, quien en su penetrante y desgarrador ensayo El Horror Económico, nos advierte que: "El mercado laboral está menguado y en vías de desaparecer". (p. 65); "se pretende que lo social y económico están regidos por las transacciones realizadas a partir del trabajo cuando éste ha dejado de existir". (p. 13), "la pobreza (...) conduce a los pobres a mutilarse en beneficio de los poseedores con tal de sobrevivir un poco más. Se lo acepta (...). Nadie hace nada salvo cerrar el diario o apagar el televisor". (p. 155).3
Así, ante una izquierda sometida, apática, inoperante, más aún, vendida y sin remordimientos, nada puede hacerse, sólo espero atestiguar el fin de esta rastrera y asquerosa enfermedad: la humanidad. Y espero que al menos, ese final, esté a la altura de nuestras más penosas y abundantes ganancias. Como advirtiera Cioran, el último lúcido: “el hombre debe desaparecer”.

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